El 18 de octubre de 2019, el descontento social desbordó las calles de Santiago y, luego, todo Chile. Las protestas iniciadas originalmente por un aumento de $30 (4 centavos de dólar) en la tarifa del Metro de la capital chilena fueron escalando rápidamente desde comienzos de ese mes, dando lugar a demandas que luego apuntaron a cambios estructurales en el sistema económico y social chileno. Las protestas desembocaron en enfrentamientos diarios entre manifestantes y fuerzas policiales especiales que llevaron a un uso excesivo de gases lacrimógenos en todo el país hasta el día de hoy.
Aunque el uso de gas lacrimógeno en guerras está prohibido desde 1925, la policía puede usarlo para dispersar a manifestantes en todo el mundo, tal como sucedió en Chile. El ejemplo más icónico es Plaza Italia —o Plaza Dignidad, como ha sido conocido alternativamente este espacio desde que comenzó el estallido social—, donde una cámara registra diariamente las actividades alrededor de la icónica rotonda, incluido el uso constante de gas lacrimógeno todos los viernes.
En esa línea, Forensic Architecture investigó el uso de este gas tóxico en Chile, tras una solicitud de No+lacrimógenas. El equipo dirigido por la Dr. Samaneh Moafi pudo reconstruir la extensión tridimensional de más de 500 nubes de gas lacrimógeno lanzadas por la policía el pasado 20 de diciembre de 2019, llegando a establecer que los niveles de toxicidad alcanzaron cuarenta veces el límite recomendado. "Este gas tóxico no solo está colonizando el espacio público de nuestras ciudades y barrios, sino también nuestros propios hogares”, plantea Moafi en esta entrevista exclusiva con ArchDaily.
Nicolas Valencia (NV): Forensic Architecture se ha definido como una agencia de investigación. ¿Cómo entienden la arquitectura: hacen arquitectura o emplean técnicas arquitectónicas?
Samaneh Moafi (SM): Somos una agencia de investigación que investiga violaciones de derechos humanos, incluida la violencia cometida por estados, fuerzas policiales, ejércitos y corporaciones.
Nuestras investigaciones despliegan una amplia gama de técnicas pioneras en el análisis espacial y de medios. Algunas están arraigadas en la disciplina de la arquitectura, pero otras son provenientes del periodismo, el derecho, la ciencia, el desarrollo de software y la realización de películas. De hecho, nuestro mandato es desarrollar y emplear nuevas técnicas para la recopilación y presentación de pruebas al servicio de las investigaciones ambientales, de derechos humanos y en apoyo de las comunidades expuestas a la violencia y persecución estatal.
Hasta ahora, hemos podido compartir los resultados de nuestras investigaciones en tribunales nacionales e internacionales, investigaciones parlamentarias y exhibiciones en algunas de las principales instituciones culturales del mundo.
Por otro lado, la arquitectura forense (forensic architecture) es también el nombre de un campo académico emergente que hemos desarrollado en la Universidad Goldsmiths de Londres, la institución donde trabajamos. Este concepto engloba la producción y presentación de evidencia arquitectónica dentro de procesos legales y políticos, es decir, evidencia relacionada con edificios y entornos urbanos.
NV: Forensic Architecture y No+lacrimógenas trabajaron juntos para analizar el uso de gases lacrimógenos por parte de fuerzas especiales el 20 de diciembre de 2019, durante la etapa más dura de la crisis social en Chile. ¿Por qué decidieron tomar este caso?
SM: A comienzos de 2020 dos educadores, investigadores y organizadores políticos chilenos, Ángeles Donoso Macaya y Cesar Barros A. se acercaron a nuestro equipo y nos pidieron que investigáramos el uso de gas lacrimógeno como táctica policial en Plaza Dignidad [sic]. Ellos habían estado trabajando con miembros de No+lacrimógenas durante bastante tiempo y estaban al tanto de nuestro trabajo en torno a los gases lacrimógenos en Estados Unidos.
Una de nuestras primeras investigaciones sobre gases lacrimógenos fue en 2018: cuando agentes fronterizos estadounidenses dispararon gas lacrimógeno contra civiles en noviembre de ese año, las fotografías mostraron que muchas de esas granadas fueron fabricadas por Safariland Group, uno de los principales fabricantes mundiales de las llamadas "municiones menos letales". Y Safariland Group es propiedad de Warren B. Kanders, vicepresidente del consejo de administración del Museo Whitney de Arte Americano.
Un año más tarde fuimos invitados a participar en la Bienal de Whitney 2019 y, en respuesta a la relación de Warren B. Kanders con la institución, desarrollamos una investigación sobre Safariland Group: entrenamos clasificadores de inteligencia artificial para detectar latas de gas lacrimógeno marca Safariland entre millones de imágenes disponibles en internet. Esto implicó la construcción de un modelo 3D del Triple-Chaser y lo ubicamos dentro de miles de espacios arquitectónicos, recreando las situaciones en las que el gas lacrimógeno suele ser utilizado.
Pero el caso de Plaza Dignidad se enlaza a una investigación anterior sobre la relación entre la protesta y las tipologías urbanas: entre 2013 y 2014, Eyal Weizman y yo trabajamos en un proyecto que llamamos “Roundabout Revolutions”, una réplica de Tahrir y otras plazas árabes importantes que se hicieron mundialmente famosas en el transcurso de la Primavera Árabe. Entonces nosotros construimos una réplica de estas plazas en una importante intersección de tráfico en Gwangju, Corea del Sur, y luego publicamos un libro con el mismo nombre.
En ese momento, Eyal había argumentado que una característica común de esa ola de revoluciones y revueltas había sido arquitectónica más que política: muchas estallaron en las rotondas del centro de la ciudad. Así también reconocimos la correlación entre la rotonda de la Plaza Dignidad y la de la Plaza Tahrir. Ambos actuaron como un vórtice, atrayendo a la gente. Además, en ambos contextos, se utilizaron agentes químicos como el gas lacrimógeno para expulsar a la gente.
NV: ¿De qué se trataba la investigación sobre gases lacrimógenos en Chile?
SM: El 20 de diciembre de 2019 se lanzaron cientos de latas de gas lacrimógeno contra los manifestantes en una atroz muestra de desprecio por la salud pública por parte de las autoridades chilenas.
Toda la batalla por la rotonda [Plaza Italia/Dignidad] fue documentada por una cámara instalada en un edificio cercano. Primero, junto con No+lacrimógenas, reconstruimos el cono de visión de la cámara y confirmamos la hora exacta a partir de las sombras de los edificios. Luego, desarrollamos un método automatizado de análisis de video que marcaba la extensión de cada nube de gas lacrimógeno y la ubicación aproximada de la lata que lo había producido. En total, localizamos más de 500 nubes de gas lacrimógeno. La brillante investigadora de mi equipo, Martyna Marciniak, recreó estas nubes digitales en un modelo 3D preciso de la rotonda. Luego, trabajamos con científicos del Imperial College de Londres para simular la dinámica de fluidos de la nube tóxica, teniendo en cuenta datos meteorológicos como la temperatura, el viento y la humedad. Esto ayudó a medir los niveles de toxicidad en el aire, en el suelo y el agua del cercano río Mapocho, que alimenta los huertos en las afueras de Santiago sur.
NV: El Protocolo de Ginebra de 1925 prohibió el uso gas lacrimógeno en guerras, pero la policía puede usarlo para dispersar a los manifestantes como vimos en Chile. Su informe dice que “la concentración de gas lacrimógeno alcanzó niveles de toxicidad alrededor de cuarenta veces el límite recomendado”. ¿Cuáles son los riesgos para las personas expuestas a estos niveles de toxicidad?
SM: En su libro Terror from Air, Peter Sloterdijk escribe sobre el nacimiento de las guerras medioambientales durante la Primera Guerra Mundial. Explica que el siglo XX será recordado como la época cuyo pensamiento esencial consistió en apuntar ya no al cuerpo del enemigo, sino al entorno del enemigo. Quien respira, al continuar con su necesidad básica de respirar, se convierte en víctima y cómplice involuntario de su propia aniquilación.
Hoy, las fronteras de esta guerra medioambiental se han extendido desde las fronteras estatales hasta el corazón de nuestras ciudades, vecindarios y hogares. Esta guerra ya no es entre ejércitos de estados enemigos, sino que es librada por la policía antidisturbios contra civiles, ancianos, niños, niñas, mujeres y hombres.
Según la Asociación Estadounidense del Pulmón, los gases lacrimógenos provocan presión en el pecho, tos, sensación de asfixia, sibilancias, dificultad para respirar; sensación de ardor en los ojos, la boca y la nariz; visión borrosa y dificultad para tragar. La organización señala que "si bien se suele percibir que los gases lacrimógenos causan principalmente impactos a corto plazo en la salud, en algunos casos hay indicios de discapacidad permanente". Nuestros colaboradores de todo el mundo han brindado varios testimonios al respecto.
Este gas tóxico no solo está colonizando el espacio público de nuestras ciudades y barrios, sino también el espacio doméstico de nuestros propios hogares. En nuestra investigación sobre Hong Kong (2019), examinamos un caso en el que la policía arrojó una lata de gas lacrimógeno a una casa y obligó a una trabajadora doméstica a correr por su vida a pies descalzos. En Marsella (2018), investigamos el caso de Zineb Radouane, una persona de 80 años que resultó fatalmente herida por una lata de gas lacrimógeno mientras estaba junto a la ventana de su apartamento en un cuarto piso. En el caso de Portland (2020-2021) estamos estudiando casos en los que nubes de gas lacrimógeno llenaron las casas de personas de avanzada edad en repetidas ocasiones durante la represión policial de las protestas de Black Lives Matter.
Los hallazgos de nuestra investigación sobre el uso de gases lacrimógenos en Plaza Dignidad sugieren que los niveles de toxicidad sobrepasaron los umbrales establecidos por la policía chilena, constituyendo un grave peligro para la salud física. No estoy segura de lo que el manual policial consideraba un peligro grave, pero demostramos a través de nuestras técnicas contra-forenses que la policía superó lo que ellos mismos habían considerado un peligro grave.
NV: Este análisis sirvió como material para apoyar una denuncia de la Comisión Chilena de Derechos Humanos (CCHH). ¿Qué ha pasado desde entonces?
SM: Dimos a conocer nuestra investigación el 20 de diciembre de 2020 —un año después del día que investigamos— respaldando la evidencia médica que fue presentada un par de semanas antes por la Comisión Chilena de Derechos Humanos como parte de su denuncia contra Carabineros de Chile por el uso ilegal de armas químicas contra manifestantes en Plaza Dignidad entre octubre y diciembre de ese año, con evidencia de infecciones químicas y dermatitis.
Un par de semanas después de la publicación de nuestra investigación, un grupo de vecinos presentó un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago contra Carabineros de Chile y el Ministerio del Interior, por motivos medioambientales. Los vecinos argumentaron que el uso policial de gases lacrimógenos ha destruido la flora y fauna de su barrio y la salud mental de sus vecinos. Proporcionaron testimonios sobre la forma en que morían las plantas y las mascotas. Compartieron historias de cómo los ancianos se quedaron sin otra opción que salir de sus casas todos los viernes, para no ser envenenados por los gases tóxicos liberados por Carabineros.
Desde entonces, hemos presentado nuestro trabajo en diversos foros culturales como el MUAC (México) y compartido nuestra evidencia a través de numerosos paneles y seminarios junto a nuestros colaboradores en Chile, México, Perú, Hong Kong y Estados Unidos. En Forensic Architecture estamos comprometidos a ayudar a lograr una prohibición universal del uso de gases lacrimógenos como táctica policial.
NV: ¿Qué puedes contarnos sobre los actuales proyectos de Forensic Architecture?
SM: El Centre for Contemporary Nature (CCN) se centra en la destrucción del medio ambiente a través de los conflictos. El conflicto es uno de los principales factores que contribuyen a los cambios antropogénicos. La violencia contra el medio ambiente puede ser lenta, indirecta y difusa, pero creemos que está enlazada con la violencia colonial y militar, y en formas de dominación.
Una de las líneas de investigación en curso en el CCN consiste en demandar responsabilidades en torno a la producción de nubes tóxicas: las nubes tóxicas colonizan el aire que respiramos en diferentes escalas y duraciones, movilizadas por poderes estatales y corporativos; los regímenes represivos utilizan gases lacrimógenos para despejar las protestas populares de las rotondas urbanas; las emisiones petroquímicas asfixian a las comunidades racializadas; los productos químicos en el aire, como el cloro, el fósforo blanco y los herbicidas, se utilizan como armas para desplazar y aterrorizar; los incendios forestales en los trópicos crean nubes de carbono a escala continental.
Estas nubes son tanto ambientales como políticas. La única forma de derribarlos, en palabras de mi colega Imani Jaquiline Brown en la investigación que hicimos sobre el racismo ambiental en Luisiana (Estados Unidos), es uniendo fuerzas.
Respirar está más allá de un acto puramente biológico. En palabras del filósofo Achille Mbembe, "es lo que tenemos en común". En palabras de la cientista política Francoise Verges, respirar es "ser abrazado y abrazar [...] amar y ser amado, formar parientes y comunidades". Si el comienzo del siglo XX se caracterizó por guerras ambientales en las que el objetivo era el aire que respira, el comienzo del siglo XXI podría ser una oportunidad para que los sin aliento reclamen su derecho universal a respirar.